Virgen de la Esperanza de Pontmain: La Oración puso fin a la Guerra

En Pontmain, pequeña aldea francesa, nada había de especial hasta 1871. En aquel año, el país se encontraba desfigurado por la descristianización y atravesaba por una dura probación. La aparición de la Virgen muestra el poder de la oración de intercesión hecha con la humildad y sencillez.

nuestra señora de la esperanza de Pontmain

Estatua de la Virgen de la Esperanza de Pontmain que se encuentra a la entrada de la basílica. Por GO69- Wikimedia

En 1870, Francia había declarado la guerra a Prusia, pero sus ejércitos fueron derrotados; Napoleón III, autoproclamado emperador, cayó a consecuencia de la derrota; y, fue proclamada la Tercera República. Peor, en la capital francesa, cercada por el ejército enemigo, entró en vigor un régimen anarquista conocido como la Comuna de París. En tales circunstancias, nada impedía que el ejército prusiano ocupara todo el país.

La situación era apremiante, y el ejército francés comenzó a reclutar jóvenes sin experiencia militar. Antes que los 38 reclutados del poblado de Pontmain se fuesen, el párroco, padre Miguel Guerin,  los confesó, celebró la santa misa y recibieron la comunión. Todo el pueblo rezaba por ellos todos los días.

En esos momentos una victoria de Prusia sobre Francia tomaba aires de triunfo del protestantismo (mayoritario en esa época en toda Alemania) contra el catolicismo. Teniendo Francia la vocación de dar ejemplo de civilización católica, su derrota y consecuente desintegración sería una enorme pérdida para toda la civilización cristiana.

El Padre Guerin, que había sido el párroco por 35 años y había reconstruido la iglesia destruida por la Revolución Francesa, pidió a los niños del pueblo que oraran a la Virgen pidiendo protección.

La aparición de Pontmain

Pontmain contaba con apenas 300 habitantes. Entre ellos estaba la familia Barbedette, que tenía dos niños: Eugenio, de 12 años de edad, y José, de 10 años. El día 17 de enero de aquel año, los dos niños, alrededor de las cinco de la tarde, fueron a ayudar a su padre en los trabajos de la granja. Era invierno y ya anochecía, cuando Eugenio, al salir de su casa, ve a unos seis metros de altura, bien nítidamente contra un cielo estrellado, a una Señora grande y bella que le sonríe. Vestía un traje azul lleno de estrellas, un velo negro le cubría el cabello y la mitad de la frente, y por encima una corona de oro.

Eugenio, maravillado, le preguntó a la empleada: “¿No ves nada?” — “Nada”, respondió. Su hermano menor, José, llegó en ese momento y también vio a la Virgen. El padre se aproximó y no vio nada. Llamaron entonces a la madre, para ver si ella percibía algo especial, pero tampoco vio nada. Como mujer piadosa, dijo que se podría tratar de la Santísima Virgen, e hizo rezar a sus hijos.

El padre, deseoso de examinar el hecho, mandó buscar a una monja de la localidad, Sor Vitalina. Ella acudió a la granja, pero tampoco vio nada.

Esta religiosa, impresionada por la sinceridad que conocía en los dos niños, mandó buscar a tres alumnas de su escuela. Estas nada sabían de la aparición, pero, tan pronto llegaron, dos de ellas (Francisca Richer, de 11 años, y Juana Lebosé, de ocho) exclaman inmediatamente: “¡Oh! ¡Qué bella Dama! ¡Ella tiene un traje azul con estrellas de oro!” Curiosamente, la tercera niña no percibió nada.

En ese momento, la noticia corrió por todo el poblado. En poco tiempo, 80 personas estaban allí reunidas. Otros dos niños ven a la Señora y la describen: Eugenio Friteau, de seis años, y Augusto Avice, de cinco.

“Madre de la Esperanza”

Sabiendo que, cuando la Virgen se manifiesta, quiere dejar algún mensaje, el pueblo comenzó a rezar el rosario. Los niños van describiendo al pueblo lo que sucede entonces con la Virgen. De repente, la imagen deja de sonreír y su rostro se entristece. La visión aumenta de tamaño y las estrellas del vestido se multiplican. Cuando el pueblo canta el Magnificat, una bandera se desprende de la imagen, y los videntes leen al pueblo las palabras escritas en ella: “Rezad, hijos míos”.

Todos comienzan entonces a rezar las letanías. Surge una segunda frase escrita: “Dios os atenderá dentro de poco tiempo”. Cuando el pueblo cantó el himno Inviolata, apareció una tercera frase: “Mi Hijo se deja tocar”.

En ese momento la Virgen sonríe nuevamente. Al mismo tiempo todos los niños se alegran, y esta alegría contagia a todos los presentes. Estos entienden que, en esa hora especialmente trágica para Francia, la Virgen vino en su socorro. Todos cantan. Terminado, las inscripciones desaparecen. El párroco entona un himno de penitencia. Aparece entonces en las manos de la Virgen una cruz roja, en la cual Jesús está clavado. La Santísima Virgen aparenta profunda tristeza.

El pueblo comienza a cantar el Ave Maris Stella; aquella visión desaparece, y los videntes ven a Nuestra Señora tal como Ella está representada en la Medalla Milagrosa. Cuando finalmente las personas recitan la oración de la noche —tradicional oración para antes de acostarse— la Santísima Virgen desaparece. Son las nueve de la noche.

Francia está salvada

Es históricamente probado que, a partir del momento en que Nuestra Señora apareció, el ejército alemán dejó de avanzar, por más que no había frente a él ningún batallón que lo pudiese detener. Al día siguiente de la aparición, las tropas alemanas comenzaron a retroceder. Once días después, se firma el armisticio entre los dos países y dos meses después se restablece la paz.

Las autoridades eclesiásticas francesas ordenan una investigación sobre la aparición en el poblado de Pontmain, y un año después llegan a la conclusión que es verdaderamente digna de crédito.

Fuentes:
Paola Giovetti. Las Apariciones de la Virgen María. Ediciones San Pablo. 2004. Pg. 65
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