Una explosión quemó gravemente la cara de Daniel, él asegura que la Virgen nunca lo dejó solo
“Los milagros sí existen y yo soy testigo de uno”, declara el protagonista de esta historia.
La madrugada del 2 de enero de 2012 Daniel Manzo, un chico mexicano, por entonces de 15 años, prolongaba los festejos del Año Nuevo dedicándose a “tronar cohetes” con un amigo en la calle, es decir, hacer estallar fuegos artificiales. En México es una costumbre arraigada y peligrosa, pues la pirotecnia destaca sobre todo por la violencia de su detonación… y eso implica mayores dosis de pólvora.
Daniel no dimensionaba riesgos y con su amigo celebraban cada estallido que conseguían. Pero uno de los cohetes se atascó y en vez de salir disparado reventó en su base… justo frente a Daniel, que terminó con quemaduras graves de segundo y tercer grado en su rostro.
¿Qué sucedió? Es el propio Daniel quien lo testimonia en su cuenta de Instagram.
“¿Sabes rezar el Credo?”
Daniel describe como luego del accidente su familia lo llevó rápidamente al hospital. Una vez allí, “después de dos horas de espera, entre llantos de dolor míos, de mis familiares y de mis amigos, entró el doctor. Me dijo que tenía que revisar que no se hayan quemado las retinas de mis ojos, ya que de ser así nunca volvería a ver”, recuerda.
Pero el adolescente había parpadeado antes del estallido, de forma que “gracias a Dios salvé mi vista, pero dada la gravedad de la explosión, necesitábamos radiografías para asegurar que no se hubiera roto el pómulo de mi cara, debido al impacto del cuete, ya que, de ser así, al abrir los ojos existía el riesgo de que se me salieran”, explica Daniel.
Sin poder ver por los párpados quemados y las pestañas achicharradas, Daniel fue llevado en camilla a realizar los exámenes, siempre acompañado de su madre, que no le soltaba la mano. Fue entonces cuando, “camino a las radiografías, una enfermera me habló, y me preguntó si me sabía el credo. Entre el susto y el dolor no sabía qué contestar a esa pregunta, así que le dije: «Sí, pero realmente no me acuerdo cómo empieza». Y ella comenzó: «Creo en un solo Dios…», la seguí y lo recé por completo.”
Los exámenes revelaron que no había huesos rotos, pero sí quemaduras de segundo y tercer grado, así que Daniel quedó hospitalizado. “Al cuarto día, abrí el ojo derecho”, relata, “y en la noche pude ver cómo mi papá y mi mamá discutían, se echaban la culpa entre ellos, mi papá por comprar el cuete y mi mamá por dejarme tronarlo. Los interrumpí y les dije que la culpa no la tenían ninguno de ellos, sino yo”.
Su madre, emocionada ante ese gesto de integridad, le dijo: “Hijo, me encanta tu actitud y tu fe”. Daniel dice que más o menos entendía lo de “actitud”, pues siempre trataba de mantener una sonrisa y evitar que quienes lo visitaban se entristecieran… pero lo de “tu fe” no le hacía mucho sentido, “así que en buena onda le pregunté que por qué mi fe”, dice Daniel, “y ella me contestó: porque he visto cómo rezas”.
Daniel se sorprendió, porque nunca rezaba en voz alta. “Tenía siempre al lado mío una imagen de la Virgen –comenta– y rezaba en las noches, pero en privado, así que le volví a preguntar a mamá: «¿me das un ejemplo?», y ella me dijo: «cuando íbamos camino a las radiografías te pusiste a rezar»”.
Una sonrisa…
Daniel recordó ese momento, y extrañado, se lo explicó a su madre… “Le dije: «pues claro, me lo pidió la enfermera»” y a modo de argumento agregó “aparte, nadie se pone a rezar el credo así random, de la nada”. Pero al oír eso, “mi mamá, dejando de llorar, me miró fijamente y me preguntó: «Daniel, ¿qué enfermera?». Le respondí: «pues la que iba en la camilla con nosotros. La que me preguntó si me sabía el credo». Y mi mamá, con inmensa tranquilidad, me dice: «Daniel, no había ninguna enfermera, tú te pusiste a rezar el credo solo. Iba solo el doctor, llevando la camilla, y yo a tu lado». Le repliqué: «Pero mamá, ni siquiera sé cómo empieza…»”.
En ese momento, el desconcertado Daniel recuerda que se giró a mirar su imagen de la Virgen y notó lo que parecía una amplia sonrisa. Entonces no tuvo dudas: “Ahí me di cuenta de que durante mi accidente siempre me acompañaron mis dos madres”, comenta emocionado.
Luego de 15 días, Daniel salió del hospital sin ninguna cicatriz. “Este es el ejemplo de cómo los milagros sí existen y yo soy testigo de uno, y te pido que cuentes la historia para que este evento ‘afortunado/desafortunado’ ayude a crear conciencia a las personas que están perdiendo la fe, que sepan que por más difícil que sean los momentos que estén pasando, sepan que nunca están solos”, concluye.