Lo que muchos desconocen del milagroso icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro…
El milagroso icono de la Virgen del Perpetuo Socorro es conocido por su historia y sus milagros, ¿pero sabías que la imagen contiene varios significados ocultos en su diseño?
La devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro tiene larga historia en Europa y las Américas. Al cuidado de Misioneros Redentoristas –custodios de la Imagen original sita en Roma– o bien por comunidades diocesanas variopintas, las réplicas del milagroso Icono de la Madre de Dios y el Niño Jesús se asientan en cientos de Basílicas y parroquias, nutriendo la devoción mariana y la fe a varias generaciones de católicos.
Se sabe que el Icono original, hoy situado en la Iglesia de San Alfonso del Esquilino, Via di San Vito 10-1 (esquina con la Via Merulana), Roma, fue pintado en Creta por un artista desconocido entre los siglos XIV y XV que utilizó el estilo bizantino para plasmar al Hijo de Dios en los brazos de su Madre Inmaculada.
Desde su llegada a Roma cerca de 1495, los historiadores señalan que este Icono reavivó la fe de los habitantes y comenzó a ser activador de tal devoción que concitó abundantes gracias de Dios. Y todo esto ha perdurado hasta nuestros días. Pero pocos conocen el rico simbolismo que contiene esta bella obra.
Significados en la imagen
Con 53 centímetros de alto por 41,5 centímetros de ancho, este ícono muestra a María como la Theotokos, la “Madre de Dios”, representación mariana frecuente en la pintura bizantina. El Hermano redentorista Daniel Korn, especialista en íconos de su congregación y autor del libro Embracing the Icon of Love, destaca que la imagen de María mira directamente a quien esté frente a ella, con ternura y a la vez con intensidad. Este efecto es especial en los íconos marianos, dando a entender que Jesús bendecirá a todo aquel que recibe la mirada de María.
Respecto a la estrella de ocho puntas en su frente, es un símbolo que procede de la época de las catacumbas, cuando se lo utilizaba para identificar las imágenes de la Virgen. Su simbolismo alude a la estrella que guio a los Magos de Oriente, pues del mismo modo María lleva a Jesús.
En la obra está presente también una figura del Niño Jesús, sentado sobre la mano izquierda de su Madre, y apretándole la derecha. Y es que en los íconos bizantinos María nunca se muestra sin Jesús, porque Él es el centro de la fe. El Niño lleva túnicas reales de color verde y dorado. Sólo un emperador podía usar tales prendas ceñidas con el fajín rojo que el artista plasmó en la imagen. Las iniciales griegas a la derecha del Niño y su halo decorado con una cruz proclaman que es Jesucristo, el Hijo de Dios.
Aunque se aferra a su Madre, los expertos en arte bizantino destacan que el Salvador mira hacia algo que no podemos ver, e interpretan que ese algo le habría hecho correr tan de prisa hacia su Madre, al punto de casi perder una de sus sandalias. En la iconografía oriental quitarse el calzado implica reconocimiento de lo sagrado, pero también expresa que el Verbo de Dios, por amor y humildad, se ha despojado de su divinidad haciéndose hombre.
Jesús ha visto parte del sufrimiento y la muerte que le aguardan. Ha corrido hacia su Madre, que lo abraza, pues Ella estará a su lado en vida y muerte. Si bien no puede evitarle sufrir, puede amarlo y consolarlo. Además, en un gesto que identifica totalmente a la Virgen María, ella levanta a Jesús para ofrecerlo al mundo y su mano maternal no se cierra sobre la del Hijo, sino que permanece abierta, invitándonos a poner nuestras manos en las suyas y unirnos a Jesús.
En ambos costados los arcángeles Miguel y Gabriel –según les identifican las abreviaturas griegas inscritas en el icono– recuerdan al Mesías su martirio y muerte redentora. A la izquierda, Miguel sostiene una urna llena de la hiel que los soldados ofrecieron a Jesús en la cruz, la lanza que le atravesó el costado y la caña con la esponja. A la derecha, Gabriel lleva la cruz y cuatro clavos.
La Madre y el Hijo, la mediadora que nos guía al Salvador, todo un conjunto que ha recibido el nombre de Icono del Amor.
¿Qué te parece si, como el Niño Dios, tomamos la mano de la Madre y confiamos a Ella nuestras aflicciones? Para hacerlo puede ayudarnos esta oración, escrita por San Carlos de Foucauld:
Mi buena Madre, Madre del Perpetuo Socorro:
Tú, a quien me he confiado y consagrado hace ya algunos años,
y que tan bien me has socorrido y tan fiel me has guardado y conducido,
mi buena Madre, estréchame junto a ti.
Yo me pongo en tus manos como un pequeño.
Me abandono a ti como un niño en mantillas.
¡Guárdame, guarda mi corazón!
Haz que en esta noche, en este día y siempre
yo y todos los que Jesús quiere ver junto a sí,
podamos compartir sin cesar tu amor, tu mirada,
tu adoración de nuestro Señor.