Bruno Cornacchiola dice que quiso matar al Papa y la Virgen se lo impidió. Ahí nació su amor por el Rosario
A mediados del siglo XX, un extremista de izquierdas italiano cuenta en sus memorias, que había decidido matar al Papa. Pero según relata, vivió una experiencia con la Madre de Dios, que transformó su corazón.
Bruno Cornacchiola (Roma, 1913-2001) cuenta que su familia era de origen muy modesto. Nacido en la periferia de la capital italiana abandonó su hogar a temprana edad, exponiéndose al malvivir de las calles. Tenía 20 años cuando se enroló en el ejército y tras licenciarse, contrajo matrimonio el año 1936.
En aquel tiempo, previo a la Segunda Guerra Mundial, comunistas y fascistas luchaban por captar adeptos a sus ideologías infiltrando instituciones de todo tipo. Bruno Cornacchiola se fascinó con el ateísmo militante del izquierdista Partido Acción. Entonces, abrazando los ideales revolucionarios, partió a España donde luchó en la Guerra Civil a favor de los republicanos. Allí, por influencia de un compañero alemán, luterano, sus posturas se radicalizaron hasta llegar a una conclusión extremista: era preciso matar al Papa, al que achacaba la responsabilidad de aquella guerra y los males de la humanidad. Poseído por este fanatismo ideológico, Cornacchiola compró un puñal en Toledo e hizo grabar en su hoja las palabras “Muerte al Papa”.
Finalizada la guerra española en 1939, Bruno Cornacchiola regresó a la capital italiana, con la certeza de cumplir su cometido. Pero la realidad familiar impuso su ritmo y debió postergar sus intenciones para atender primero las necesidades de sus tres hijos. Comenzó a trabajar entonces en la flota de tranvías romanos y en un nuevo e inesperado acto compulsivo, se unió a los Adventistas del Séptimo Día, arrastrando consigo a su familia.
El Milagro
El sábado 12 abril de 1947 Bruno preparaba una conferencia para dictar al día siguiente ante el auditorio adventista, centrada en el ataque a los dogmas marianos de la Asunción y la Inmaculada Concepción. Decidió ir a trabajar a un lugar tranquilo con su familia, y eligió el bosque de eucaliptos junto a la Abadía de Tre Fontane, en los alrededores de Roma.
Los tres hijos (Isola, Carlo y Gianfranco) jugaban fútbol cerca de su padre, pero la pelota se les fue lejos y salieron a buscarla. Bruno perdió de vista a los niños y, al ir por ellos, encontró al menor, Gianfranco, en una de las cuevas naturales de la zona, ensimismado de rodillas y con las manitas juntas mientras murmuraba: Bella dama, “Bella Señora”. Sus hermanitos lo imitaban.
Al ver así a sus hijos, perdió el control. Trató de levantarlos, pero no pudo pues pesaban demasiado. Atemorizado, invocó la ayuda de Dios y entonces vio a una mujer rodeada de luz deslumbrante.
Según el relato de Cornacchiola (recopilado y publicado por el periodista Saverio Gaeta en 2019 dentro del libro “Il veggente. Il segreto delle Tre Fontane”), frente a él estaba una mujer muy joven, vestida de blanco, con un manto verde y una banda rosa, que sostenía las Escrituras:
“Con una voz tan dulce que no tiene igual en este mundo, me dijo: «Soy la Virgen de la Revelación. Me estás persiguiendo, ¡detente ya! Vuelve al redil santo, obedece al Santo Padre. (…) Que oren y reciten el Rosario diariamente por la conversión de los pecadores, de los incrédulos y por la unidad de los cristianos»”.
Según cuenta Bruno, la Madre de Dios le indicó además el nombre de un sacerdote al que debía seguir. “Cuando encuentres al sacerdote, obedécelo”. En esa misma ocasión –prosigue relatando Bruno– María bendijo el lugar diciendo: “Con esta tierra de pecado haré poderosos milagros de conversión”. Ese mismo día Cornacchiola esculpió con su propia mano en la roca: “En esta gruta se me apareció la Divina Madre. Ella con amor me invita a unirme a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana…”.
Al regresar a su casa, Bruno contó a su esposa todo lo que había visto y oído de la Bella Señora. Como consecuencia inmediata la familia Cornacchiola abandonó la religión adventista el 7 de mayo de 1947, para incorporarse a la Iglesia católica. Bruno afirmó haber visto tres veces más a la Virgen María ese mismo año: el 6, el 23 y el 30 de mayo de 1947.
Un segundo sacerdote –también indicado por la Virgen, cuenta Bruno– lo llevaría ante el papa Pío XII el 9 de noviembre de 1949, durante una audiencia concedida a los conductores de tranvías de Roma. Después del rezo del Rosario en la capilla privada del Papa, Bruno se acercó al Pontífice confesando: “Santísimo Padre, aquí tiene la Biblia protestante con la que he «matado» muchas almas”; luego agregó con lágrimas en los ojos: “¡Aquí tiene el puñal, con la inscripción «muerte al Papa», con el que pensaba matarle! Vengo a pedirle perdón”. El Papa respondió: “Al matarme, no habrías dado más que un nuevo mártir a la Iglesia; y a Cristo, una victoria del amor. Hijo mío, el mejor perdón es el arrepentimiento…”.
En 1956 el mismo Papa Pío XII permitió el culto público, bajo la custodia de los Franciscanos Conventuales, en la cueva de la aparición y en una capilla adyacente. Mucho más tarde, en 1997, Juan Pablo II aprobó el nombre del Santuario Mariano como “Santa María del Tercer Milenio a las Tres Fuentes”. Hoy, una congregación de religiosas, las Misioneras de la Divina Revelación, custodian el Santuario.
Fuentes: Cope.es / Cari Filii