Cada cuenta del Rosario que rezas, son semillas del Evangelio sembradas en tu alma para dar frutos de amor
Cada versículo, frase, imagen y detalle de los Evangelios puede llevarnos directamente al corazón de Cristo.
Seguramente habrás escuchando alguna vez la famosa frase del comentario de San Jerónimo a Isaías: “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (CIC 133).
Es una afirmación audaz y puede causar sorpresa, especialmente al oírla por primera vez, pero San Jerónimo da en el clavo: las verdades del Evangelio nos ponen en genuino contacto con Cristo, con el Dios real y vivo.
Contacto, además, que no debiera ser efímero. Acabar la lectura bíblica no implica desentenderse de Dios, a la manera de quien sólo toma contacto con el mar cuando nada en él. Al contrario, Cristo debe permanecer en nuestros corazones. La Virgen es el modelo: al oír el misterioso saludo del ángel Gabriel, “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Incluso podríamos decir que “atesoró” las palabras del ángel.
¿Cómo hacer caso a san Jerónimo, contemplando a Cristo en el Evangelio, e imitar a la Virgen en la meditación de las palabras de Dios? Toma el rosario.
Rezar, sí, pero sobre todo meditar con amor
En primer lugar, lo que decimos al rezar el Rosario procede del Evangelio (Mt 6,9-13; Lc 1,28.42-43; Rm 11,36). Pero la otra parte del Rosario –a veces la más difícil– es la meditación de los “misterios” de Cristo. Debemos meditar en nuestros corazones la vida de Cristo y, francamente, no hay mejor manera de hacerlo que con ayuda de las palabras evangélicas.
Daré un pequeño ejemplo apenas, y verán que cada misterio del rosario puede llevar nuestra mente “mar adentro” (Lc 5, 4). Tomemos el segundo misterio gozoso, la Visitación, que consta de unos 17 versículos (Lc 1, 39-56).
Consideremos lo que Santa Isabel le dice a la Virgen: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”. Que la dulce Madre de Jesús quiera visitarme, ¿no es un supremo don? Ser agraciado con la presencia de la mujer elegida por Dios para dar carne humana al Hijo Eterno… ¿quién soy yo para haber merecido tal premio? ¡Cuán profundo es el amor de Dios para enviar a su madre a visitarme a mí –pecador soberbio– en este valle de lágrimas!
Éste no es más que uno de los 17 versículos; y éstos son sólo algunos pensamientos que pueden brotar rezando el rosario.
Cada versículo, frase, imagen y detalle de los Evangelios puede llevarnos directamente al corazón de Cristo. Si, mientras rezamos el rosario, tomamos conciencia de esas palabras, entonces nuestra meditación tenderá a ser dulce, no seca. No teman pasar de la lectura de un pasaje de los Evangelios al rezo de una decena del rosario. Una cosa iluminará la otra.
Ejemplo de esto lo ha dado un fraile dominico, profesor de la Casa de Estudios Dominicanos en EE.UU., quien escribió un opúsculo con meditaciones para el rosario eucarístico, señalando pasajes bíblicos para cada misterio. Los versículos elegidos van más allá de las asociaciones obvias, y así llevan más profundamente nuestra atención hacia la naturaleza cristocéntrica de todo el Evangelio.
San Jerónimo nos aconseja conocer la Escritura para conocer a Cristo. Con la ayuda del Santo Rosario, saboreamos esas palabras en Cristo mismo. Puede que san Jerónimo no rezara el rosario, ¡pero seguro que te animaría a hacerlo!
Fuente: Fray Tituz Mary Sanchez, Dominicana Journal