Estas monjas rezan el Rosario Perpetuo: una de ellas comparte sus reflexiones

monja dominica
Imagen cortesía de las dominicas de Marbury, EE.UU.

¿Cómo es rezar el Rosario durante una hora cada día, ante Jesús Sacramentado? Estas monjas lo saben.

Cuando me arrodillé en la capilla del monasterio después de entrar por la puerta de la clausura para comenzar mi postulantado, la Madre leyó la oración tradicional para este momento: “Oh María, mi buena Madre, contempla a tus pies a esta niña que los encantos de tu Santo Rosario han atraído a esta querida soledad…”. En aquel momento habría enumerado muchos otros elementos cuyos “encantos” me atraían más que los del Rosario. Sin embargo, con el paso de los años, me he dado cuenta cada vez más de las gracias que brotan de nuestra práctica del Rosario Perpetuo.

Como devoción, el Rosario Perpetuo comenzó en una época muy parecida a la nuestra. Durante una plaga en la Italia del siglo XVI, el sacerdote dominico Timoteo Ricci respondió a la angustia de la gente organizando el rezo perpetuo del Rosario, en el que cada persona se comprometía a rezar a una hora concreta cada mes.

La devoción continuó a lo largo de los siglos, hasta que en 1880 el dominico francés P. Damien-Marie Saintourens se inspiró en ella para fundar una comunidad de religiosas que pudieran cultivar el Rosario Perpetuo con mayor fidelidad. Las Hermanas Dominicas del Rosario Perpetuo actuarían como Guardia de Honor de la Santísima Virgen, alabándola siempre con las palabras del “Ave María” e intercediendo con ella por las necesidades del mundo.

Nuestro monasterio de monjas dominicas de clausura en Marbury, Alabama, EE.UU., mantiene esta tradición como una preciada herencia de nuestra comunidad.

El Rosario Perpetuo en la práctica

Es casi la hora de mi “Hora de Guardia”. Me deslizo hacia el coro (la parte de las monjas de la capilla) pasando por la lista publicada cerca de la puerta, que indica la hora asignada a cada hermana. Me arrodillo frente al reclinatorio del rosario, mientras la hermana que termina su hora se arrodilla detrás. Cuando el reloj marca la hora, nos inclinamos, nos levantamos y hacemos una nueva genuflexión, en una sencilla ceremonia de “cambio de guardia”.

La hermana que se marcha se va a cumplir con sus otros deberes, mientras yo ocupo suavemente mi lugar en el reclinatorio a los pies de la imagen de Nuestra Señora del Rosario. Mirando a la custodia, elevo mi corazón a Jesús en la Eucaristía, luego encomiendo a la Virgen la hora que va a comenzar mientras tomo las cuentas tan familiares y comienzo el Rosario Dominicano: “Dios te salve María…”

¿Qué significa ser una Guardia de Honor de Nuestra Señora? A cada hora del día una hermana estará arrodillada a los pies de la imagen de la Virgen, rezando el Rosario ante Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Este espíritu se extiende más allá de la Hora de Guardia para impregnar todo el día. Ya sea al despertar o al retirarse, al comenzar una reunión de la comunidad o al terminar el recreo, cada actividad de nuestra vida está engarzada como las cuentas de un rosario por nuestras Avemarías u otras oraciones de devoción mariana. “A Jesús por María”, el lema de nuestra consagración monfortiana, se convierte en una realidad viva cuando nos unimos a la Virgen para reflexionar sobre los misterios de su Hijo en el ritmo de nuestra vida cotidiana.

Imagen cortesía de las dominicas de Marbury, EE.UU.

El Rosario y la mentalidad de Cristo

En el mundo actual hay tanta competencia por nuestro espacio mental: las redes sociales, la televisión, la música, los anuncios… incluso en el silencio del monasterio podemos distraernos de mantener nuestro corazón centrado en Cristo. Rezando el Rosario con regularidad, distraídos o no, satisfechos o no en ese momento, almacenamos en nuestra mente una reserva cada vez mayor de pensamientos e imágenes centrados en los misterios de la salvación.

En el reclinatorio del rosario tenemos un surtido de cuadernos de meditación del rosario, precisamente con este fin. A menudo, simplemente dirijo mi atención a Nuestro Señor y pienso en los misterios en Su Presencia, pero otras veces busco un libro del Rosario con las Escrituras, un libro de meditaciones dominicanas, o uno con imágenes de arte sacro. Dedicar tiempo y atención a grabar estos misterios en nuestra memoria nos ayuda a revestirnos con “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5).

El Rosario se hace eco de la Liturgia

Vivimos el Rosario Perpetuo que fluye y conduce a nuestro culto litúrgico. La celebración de la liturgia es el corazón de nuestra vida cristiana y monástica: el Santo Sacrificio de la Misa cada mañana, y el Oficio Divino, o Liturgia de las Horas, en el que se intercala el canto de los Salmos a lo largo del día. Lo que la Sagrada Eucaristía nos ofrece con los signos sacramentales —la muerte y resurrección salvadoras del Dios encarnado—, el Rosario nos lo aporta con la meditación de los Misterios Gozosos, Luminosos, Dolorosos y Gloriosos.

Y mientras el ciclo del año litúrgico nos permite participar de las gracias de los misterios de Cristo en las fiestas de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés y demás, el Rosario nos permite participar de esas mismas gracias en el ciclo de nuestras meditaciones.

Cuando pregunté sobre este punto en un recreo comunitario hace poco, una hermana exclamó: “¡SÍ! Eso es exactamente lo que hace nuestra vida! Verás, las virtudes teologales tienen como objeto a Dios y nos ponen en contacto directo con Él. Así que cuando meditamos los misterios del Rosario con fe, esperanza y amor, tenemos acceso diario a las gracias de estos misterios”.

El Rosario como oración de intercesión

En cada “Padre nuestro” y “Ave María”, pedimos el pan de cada día, el perdón, la ayuda en la hora de la muerte. Los propios misterios del Rosario se centran en el deseo ardiente de Jesús por la gloria del Padre y la salvación de todos los hombres. Cuando tomamos nuestro puesto para nuestra Hora de Guardia, unimos nuestro propio deseo al de Nuestro Señor y su santa Madre, ofreciendo nuestras oraciones por las necesidades de la Iglesia y del mundo.

Los frailes dominicos hablan de Dios a los hombres; las monjas dominicas de clausura hablan de los hombres a Dios. A veces ofrezco el Rosario por una intención urgente que arde en mi corazón; otras veces, cada decena me recuerda una necesidad específica que se entrelaza con el misterio en la vida de Nuestro Señor. La Virgen sabe distribuir las gracias de Dios cuando invocamos su ayuda.

Imagen cortesía de las dominicas de Marbury, EE.UU.

Llamados al Rosario Perpetuo

Así como las monjas de clausura estamos apartadas del mundo para nuestra vida de oración, también dentro del monasterio, la hermana de la Hora de la Guardia está apartada para dedicarse exclusivamente a la oración. Hora tras hora, día tras día, década tras década, las monjas se suceden meditando los misterios de Jesús y María.

Aunque no fueron “los encantos del Rosario” los que me atrajeron a esta vocación, esos encantos son una de las razones por las que hoy soy una monja dominica, parte de la Guardia de Honor de María en nuestro Monasterio Dominicano de San Judas en Marbury, Alabama.


Fuente: Una monja dominica — traducido del original en inglés en Aleteia