San Maximiliano Kolbe, ejemplo de amor a María
La víspera de la Asunción de María es la festividad de uno de sus grandes devotos en el siglo XX: San Maximiliano Kolbe (1894-1941). Murió un 14 de agosto en el campo de concentración de Auschwitz, al ofrecer su vida en lugar de la de un padre de familia, Franciszek Gajowniczek. No queremos dejar escapar el mes sin compartir las meditaciones de este franciscano polaco sobre nuestra Madre.
Kolbe había fundado en 1917 la Milicia de la Inmaculada precisamente para santificar el mundo por medio de María: puesto que “todo el fruto de nuestro trabajo apostólico depende de la oración”, él proponía una oración toda unida a Nuestra Señora para conquistar las almas y evangelizar los corazones, para la cual la devoción mariana era el medio más eficaz.
Un consejo lleno de esperanza del Padre Kolbe
Así lo justificaba en una alocución radiofónica de 1925:
“Si alguien ha caído en el pecado, se ha enfangado en el vicio, ha despreciado las gracias de Dios, no sigue el buen ejemplo de los demás, no presta atención a las saludables inspiraciones y se hace así indigno de nuevas gracias… ¿debe entonces desesperar? ¡No, jamás! Porque Dios le ha dado una Madre, una Madre que, con un corazón tierno, vigila cada uno de sus actos, cada una de sus palabras, cada uno de sus pensamientos. Ella no mira si él es digno de la gracia de la piedad. Como ella es esencialmente Madre de Misericordia, aunque no se la llame se apresura a ir allí donde más miseria hay en las almas. Así es: cuanto más sucia está un alma por el pecado más se manifiesta la Misericordia divina, cuya personificación es precisamente la Inmaculada. He aquí por qué luchamos por todas las almas: para que reine la Inmaculada. Porque si ella penetra en un alma, aunque esté llena de miseria y envilecida por los pecados y los vicios, no permitirá que se pierda y, sin tardanza, obtendrá para ella las gracias de la luz para la inteligencia y de la fuerza para la voluntad, a fin de que salga de su ceguera y se levante”.
Por eso San Maximiliano Kolbe creó la Milicia de la Inmaculada, considerando que María era “camino obligado” para llegar a Jesús, lo cual convertía la consagración personal a ella, en el espíritu de San Luis María Grignon de Montfort, como el medio más seguro de salvación.
La fiesta de la Asunción desde la perspectiva de San Maximiliano
Fray Abel García-Cezón, asistente nacional de la Milicia de la Inmaculada en España, ha hecho esta misma vinculación en un mensaje de este mismo 14 de agosto, invitando a celebrar la Asunción “como nos sugiere el mismo San Maximiliano: mirando a María, invocando a María y renovando nuestra consagración a ella para que siga disponiendo de nosotros cada día más”. Porque, continúa, “celebrar la Asunción supone vislumbrar en nuestra vida de cada día, aun en medio de grandes luchas, oscuridades y desvelos, un signo de esperanza cierta que sabe a victoria, a triunfo (¡no a ilusión o a quimera!), para nosotros y para nuestro mundo, tan marcado en nuestros días por la desesperanza, el miedo y la incertidumbre: ‘Al final, mi Corazón inmaculado triunfará’ (apariciones en Fátima)”.
“Frente a la devastación moral y la propagación del mal (bajo capa de bien y de progreso)”, concluye el padre García-Cezón, “fray Maximiliano y el resto de fundadores intuyen que hay un remedio: la Inmaculada y, junto a ella, un gran movimiento eclesial de espiritualidad mariana y misionera, una Milicia, para indicar que hay un combate que librar por el bien, por la belleza, por la santidad. Este combate por el bien sigue abierto y la lucha es ingente. Lucha contra el pecado, contra la mediocridad, contra las nuevas ideologías contrarias a la verdad del hombre, contra el abandono de Dios, contra la tibieza, contra la indiferencia y el egoísmo, etc. San Maximiliano, desde la celda del amor de Auschwitz, nos asegura que con la Inmaculada se puede vencer la oscura fascinación del mal y vivir la plenitud de la caridad, que es lo que nos hace felices de verdad”.
El santo fraile polaco hizo verdad que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Se cumplió con su muerte lo que la Virgen le había anunciado cuando solo tenía diez años: en una visión, le ofreció entonces dos coronas, una blanca y otra roja, símbolos respectivos de la pureza y del martirio. Él eligió las dos.
Fray Maximiliano Kolbe fue canonizado por San Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982, dándole el título de “Mártir de la Caridad”. En un detalle conmovedor, ese día en la Plaza de San Pedro estaba presente el padre de familia por el que el Padre Kolbe había dado su vida: el sargento polaco Franciszek Gajowniczek.
Fuente: Carii Filii