Vilem Sokol, el Músico que empuñaba la Batuta y también el Rosario
El maestro Vilem Sokol (1915-2011) murió casi centenario, aquejado por un cáncer. Nacido en los Estados Unidos pero checo de origen y formación, se convirtió durante medio siglo en uno de los grandes docentes de la musica clásica norteamericana. Entre 1948 y 1985 enseñó violín, viola, intepretación musical y dirección de orquesta en la Universidad de Washington, y entre 1960 y 1988 dirigió la orquesta sinfónica juvenil de la capital estatal, Seattle.
Había estudiado en Praga en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, recibiendo también clases de grandes maestros checos residentes en los Estados Unidos.
Cuando se graduó en 1933, eligió tocar al violín el Ave María de Franz Schubert: “Y aunque su hermosa melodía era una de sus favoritas, nunca supo entonces la traducción de las palabras ni comprendió su significado como oración”, explica su hija Jennifer en el National Catholic Register.
Los padres del músico eran católicos, pero habían dejado de frecuentar la Iglesia antes de que él naciera y nunca le educaron en la fe, de ahí su ignorancia.
En un romántico malecón
Cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, Sokol fue movilizado, si bien sirvió siempre en territorio estadounidense. En el último de sus destinos, en Biloxi (Mississippi), conoció a la que sería su esposa y madre de Jennifer, Agatha, quien servía también en la base militar. Corrían los primeros meses de 1945.
Agatha era una católica devota que intentó desde el primer momento convertirle. Un día, mientras ambos se encontraban sentados en el malecón de la bahía contemplando el atardecer, Vilem pidió a su novia que le enseñase a rezar el rosario: “Desde la primera Avemaría, él descubrió una relación con María y entró en una nueva vida de oración”.
Sokol decidió entonces entrar en la Iglesia católica, pero, paradójicamente, mientras realizaba su preparación, discutía con Agatha porque era incapaz de aceptar algunos dogmas marianos. Finalmente presentó sus objeciones ante el capellán de su unidad y su instructor en la fe, el jesuita William Connors, quien le dió una solución rápida y pragmática: “¡No te preocupes, Bill [como le apodaban]! ¡Lo entenderás todo cuando seas católico!”.
La gran sorpresa familiar
Pero realmente el padre Connors se equivocaba, porque Bill… ¡ya era católico! Cuando Sokol comentó a sus padres que quería bautizarse, se encontró con la gran sorpresa. “No necesitas bautizarte”, le dijo su madre: “Te bauticé en secreto como católico cuando eras un bebé“. Lo había ocultado incluso a su propio marido, quien se había enemistado profundamente con las autoridades de la Iglesia, explica Jennifer, debido a su rol en la política checa durante los tumultuosos años de la Primera Guerra Mundial, tras los cuales el Imperio Austro-Húngaro se vino abajo. Sin embargo, la madre de Vilem no quiso privar a su hijo de la gracia del sacramento.
Así fue como el 15 de agosto de 1945, festividad de la Asunción (de nuevo “la conexión mariana”, subraya Jennifer), Sokol recibió no el bautismo, sino el sacramento de la confirmación.
Instrumento de María
Y decidió, explica su hija, “convertirse en un instrumento de María como maestro de los jóvenes“. Nada más licenciarse empezó a dar clases, primero en la Universidad de Kentucky, luego en el conservatorio de Kansas City, y finalmente en Seattle: “Durante 37 años enseñó como profesor de música en la Universidad de Washington y abrió el mundo de la música para miles de estudiantes. Con su entusiasmo natural y su afición a contar historias, las clases de papá eran de las más populares”.
En 1960 comenzó a dirigir la Orquesta Sinfónica Juvenil de Seattle, otra de sus grandes obras de formación durante 28 años. Él mismo describió aquella primera sensación, batuta en mano, y sus primeros nervios: “Dije una oración en silencio. Dediqué la orquesta a Nuestra Señora y le pedí que nos bendijese y me animase a crear una orquesta realmente buena”.
Lo consiguió, dice su hija, sin atajos ni milagros, sino con muchos ensayos, mucho humor y mucha exigencia. Ella misma evoca en especial una interpretación en 1972, en la que participó como una de las violinistas. Su padre dirigió la profunda Sinfonía nº 10 de Gustav Mahler: “El cielo pareció abrirse cuando alcanzamos su sublime conclusión“.
Tal fue la perfección alcanzada, que Jennifer, curiosa, le preguntó después cómo había rematado la preparación del concierto antes de salir a escena: “¿Qué hiciste? ¿Repasaste la partitura?”. Él sonrió y le dijo: “No. Fui a mi camerino, apagué la luz y recé el rosario“.
Fuente: Cari Filii