Con el Rosario podemos ver los milagros cotidianos
Testimonio enviado por una adherente a Un Rosario por Chile
“Queridos hermanos; quiero compartir para gloria del Señor uno de mis testimonios sobre el poder del rosario. Un día tuve una reunión imprevista en Santiago. Yo vivo fuera, y corriendo coordiné todo con los niños para poder llegar. Al subir al tren, me di cuenta muy avergonzada que estaba sin arreglar, ni siquiera un poco de crema en la cara… En fin, todas mis inseguridades y vanidades al descubierto. Mientras me lamentaba conmigo misma por todas estas tonteras, pensé que mejor ofrecía toda mi situación al Señor y le pedía perdón por ser tan superficial.
Me quedaba el tiempo justo para rezar un Rosario antes de llegar a Santiago. Pedí la presencia de María y le ofrecí el Rosario por la reunión a la que iba a participar. Mientras rezaba, la paz iba llenando mi corazón. Muchas veces me doy cuenta que la gente me mira mal cuando saco el rosario. Esta vez, una señora muy humilde me miraba y sonreía.
De repente, el tren aminoró la marcha y nos quedamos parados en medio de la vía. Yo estaba sentada en el primer asiento del primer vagón, de espaldas a la marcha del tren. La señora estaba frente mío, junto a la ventana. Se asomó y dijo: “Mire, qué bueno que usted estuviera rezando el rosario, señora. La niña no saltó”.
Me asomé y vi una joven de no más de dieciséis años. Estaba sentada llorando en medio de las dos vías, con un celular en la mano. Estaba lista a saltar, pero en el último momento no lo hizo. En eso llegó un joven, aparentemente el novio o el hermano, saltando entre las vías hasta llegar a ella, también con un celular en la mano. Yo me quedé de piedra. La señora, sin perder la paz, con una hermosísima sonrisa, me dijo que la joven iba a saltar al tren pero gracias al rosario que yo rezaba, María había intervenido para rescatarla y el maquinista tuvo el tiempo de frenar.
Después, mientras bajaban los revisores del tren para atender a la joven, me contó su testimonio personal de cómo su hija muy enferma había salido adelante gracias a la oración y el rosario. Yo la escuchaba mientras veía a la chiquilla llorando fuera y me llenaba de un inmenso agradecimiento de ser testigo de este hecho extraordinario. Me sentí, además, muy ridícula y mezquina de mis preocupaciones mundanas. Durante muchos días medité sobre el hecho. Siempre se nos dice que el poder de la oración es infinito y que ninguna oración se pierde. El Señor, a veces, permite que veamos los frutos de la nuestra para aumentarnos la fe. Le doy muchas gracias a nuestra Madre, que una y otra vez nos llama a seguir rezando el Rosario, a salir de nosotros mismos y nuestras mediocres preocupaciones para que su Bendito Corazón pueda triunfar en las situaciones concretas que necesitan de su Amor. Un abrazo en Cristo.”
Rosana Landaluce. San Bernardo. Chile