Rezar el Rosario para vencer al Demonio
Rezar el Rosario sitúa el alma orante en la contemplación reposada de Cristo, convocando también con tal indiscutida claridad la presencia mediadora y protectora de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, que Satanás y los demonios resultan siempre vencidos. Al respecto SS. Benedicto XVI en su Homilía del 19 de Octubre en el Pontificio Santuario de Pompeya señalaba: “El rosario es un arma espiritual en la lucha contra el mal, contra toda violencia, por la paz en los corazones, en las familias, en la sociedad y en el mundo”.
Presentamos cuatro testimonios del rosario que ejemplifican lo antes señalado…
Un sacerdote aprende que rezar el Rosario expulsa a Satanás
“El famoso sacerdote canadiense Emiliano Tardiff (1928-1999) narra la siguiente historia que él vivió en uno de sus viajes a Japón. En ese país los católicos son un puñadito en relación a una masa ingente de personas que todavía no han conocido a JESÚS. Cuando llegó le solicitaron que fuera a una casa en donde una muchacha muy joven estaba poseída por el demonio. Fueron con él un grupo de personas. Se acercó a la cama en la que se encontraba aquella joven y empezó a escuchar una letanía de blasfemias a cual más horrible. El P. Emiliano empezó a hacer su oración invocando el sacratísimo Nombre de JESUS, a envolver a la joven con la Sangre preciosísima del Señor, a exigir al demonio a que saliera de aquella joven y así un buen rato. Viendo los allí presente que las blasfemias continuaban y el P. Emiliano iba a perder el avión, a uno de los allí presentes se le ocurrió rogarle al P. Emiliano que iniciara el rezo del Santo Rosario, convencidos de que la Santísima Virgen es la más poderosa capitana en la lucha contra el demonio. No habían terminado la primera decena del rezo mariano, cuando vieron que la muchacha daba señales evidentes de liberación, pues no sólo no vomitaba blasfemia alguna, sino que se relajaba y terminó por quedarse completamente dormida y libre del demonio. Al día siguiente la joven llamó por teléfono al P. Emiliano para darle las gracias por la completa sanación y liberación del demonio”.
(Fuente: http://www.infancia-misionera.com/testimonios.htm )
Una mujer de Amberes liberada de las cadenas del demonio
En el año 1578, una mujer de Amberes se entregó al demonio, firmándole el compromiso con su sangre. Algún tiempo después se arrepintió, y, deseando reparar el mal que había hecho, buscó un confesor prudente y caritativo para encontrar el medio de liberarse del poder de Satanás.
Encontró un sacerdote sabio y virtuoso, que le aconsejó buscar al P. Enrique, religioso del convento de Santo Domingo y director de la Cofradía del Rosario, para que se confesara con él y le pidiera inscribirla en la Cofradía. Fue ella a buscarlo; pero, en lugar del sacerdote, encontró al demonio bajo la forma de un religioso, que la reprendió severamente y le dijo que no podía esperar de Dios ninguna gracia ni había medio de revocar lo que había firmado. Esto la afligió profundamente. Mas no por ello perdió totalmente la esperanza en la misericordia de Dios, y volvió a buscar al sacerdote. Encontró nuevamente al diablo, que la rechazó como la vez anterior. Pero, repitiendo por tercera vez el intento, permitió el Señor que encontrara al P. Enrique, a quien buscaba, y que la recibió con caridad y la exhortó a confiar en la misericordia divina y hacer una buena confesión. La recibió en la Cofradía y le ordenó que rezara con frecuencia el santo rosario. Cierto día, durante la misa que el P. Enrique celebraba a intenciones de esa mujer, la Santísima Virgen –cuenta San Luis María Grignion de Montfort- obligó al diablo a devolver el compromiso firmado. Y así quedó ella liberada por el poder de María y la devoción del santo rosario.
Con el Santo Rosario Santo Domingo realiza un exorcismo
Mientras Santo Domingo predicaba el rosario cerca de Carcasona, le presentaron un albigense poseído del demonio. El Santo lo exorcizó en presencia de una gran muchedumbre. Se cree que estaban presentes más de doce mil hombres. Los demonios que poseían a este infeliz fueron obligados a responder, a pesar suyo, a las preguntas del Santo y confesaron:
1.º que eran quince mil los que poseían el cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del rosario;
2.º que con el rosario que Santo Domingo predicaba causaba terror y espanto a todo el infierno y que era el hombre más odiado por ellos a causa de las almas que arrebataba con la devoción del rosario;
3.º revelaron, además, muchos otros particulares.
Santo Domingo arrojó su rosario al cuello del poseso y les preguntó que de todos los santos del cielo, a quién temían más y a quién debían amar más los mortales.
A esta pregunta los demonios prorrumpieron en alaridos tan espantosos que la mayor parte de los oyentes cayó en tierra, sobrecogidos de espanto. Los espíritus malignos, para no responder, comenzaron a llorar y lamentarse en forma tan lastimera y conmovedora, que muchos de los presentes empezaron también a llorar movidos por natural compasión. Y decían en voz dolorida por la boca del poseso: “¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño! Tú que tienes compasión de los pecadores y miserables, ¡ten piedad de nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!”
El Santo, sin inmutarse ante las dolientes palabras de los espíritus, les respondió que no dejaría de atormentarlos hasta que hubieran respondido a sus preguntas. Le dijeron los demonios que responderían, pero en secreto y al oído, no ante todo el mundo. Insistió el Santo, y les ordenó que hablaran en voz alta. Pero su insistencia fue inútil: los diablos no quisieron decir palabra. Entonces, el Santo se puso de rodillas y elevó a la Santísima Virgen esta plegaria: “¡Oh excelentísima Virgen María! ¡Por virtud de tu salterio y rosario, ordena a estos enemigos del género humano que respondan a mi pregunta!” Hecha esta oración, salió una llama ardiente de las orejas, nariz y boca del poseso. Los presentes temblaron de espanto, pero ninguno sufrió daño. Los diablos gritaron entonces: “Domingo, te rogamos por la pasión de Jesucristo y los méritos de su Santísima Madre y de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir palabra. Los ángeles, cuando tú lo quieras, te lo revelarán. ¿Por qué darnos crédito? No nos atormentes más: ¡ten piedad de nosotros!”
“¡Infelices sois e indignos de ser oídos!”, respondió Santo Domingo. Y, arrodillándose, elevó esta plegaria a la Santísima Virgen: “Madre dignísima de la Sabiduría, te ruego en favor del pueblo aquí presente –instruido ya sobre la forma de recitar bien la salutación angélica–. ¡Obliga a estos enemigos tuyos a confesar públicamente aquí la plena y auténtica verdad al respecto!”
Había apenas terminado esta oración, cuando vio a su lado a la Santísima Virgen rodeada de multitud de ángeles que con una varilla de oro en la mano golpeaba al poseso y le decía: “¡Responde a Domingo, mi servidor!” Nótese que nadie veía ni oía a la Santísima Virgen, fuera de Santo Domingo.
Entonces los demonios comenzaron a gritar:
”¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!
¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión –obligados por la violencia que nos hacen–, que nadie que persevere en el rezo del rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos.”
Entonces, Santo Domingo hizo rezar el rosario a todos los asistentes muy lenta y devotamente. Y a cada avemaría que recitaban –¡cosa sorprendente!– salía del cuerpo del poseso gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos. Cuando salieron todos los demonios y el hereje quedó completamente liberado, la Santísima Virgen dio su bendición –aunque invisiblemente– a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente gran alegría.
Este milagro fue causa de la conversión de muchos herejes, que llegaron hasta ingresar en la Cofradía del Santo Rosario.
(Fuente: El secreto admirable del Santísimo Rosario de San Luis María Grignion de Montfort)
Rezar el Rosario lo liberó de una multitud de demonios
Tenía Santo Domingo un primo llamado don Pérez o Pedro que llevaba una vida muy disoluta. Oyó éste que el Santo predicaba las maravillas del rosario y que muchos se convertían y cambiaban de vida por este medio, y se dijo: “Había perdido la esperanza de salvarme. Pero empiezo a recobrar la confianza. ¡Es preciso que acuda a este hombre de Dios!” Asistió, pues, un día al sermón del Santo, quien al verlo redobló su ardor en atacar los vicios, y rogó a Dios fervorosamente que abriese los ojos de su primo y le hiciera conocer el estado miserable de su alma.
Don Pérez se asustó desde luego, pero no se decidió a convertirse. Volvió, sin embargo, a la predicación del Santo. Cuando éste lo vio, comprendiendo que este corazón endurecido no se convertiría sino ante un golpe extraordinario, gritó en alta voz: “¡Señor Jesucristo, haz ver a todo este auditorio el estado en que se halla la persona que acaba de entrar en tu templo!”
Toda la concurrencia vio entonces a don Pérez rodeado de una multitud de demonios en figura de bestias espantosas, que lo tenían atado con cadenas de hierro. Llenos de espanto, huyeron todos desordenadamente, con inmensa confusión de don Pérez, aterrado y avergonzado al verse convertido en objeto de horror para todo el mundo. Santo Domingo hizo que se detuvieran y dijo a don Pérez: “Reconoce, infeliz, el deplorable estado en que te encuentras y arrójate a los pies de la Santísima Virgen. ¡Toma este rosario! ¡Rézalo con devoción y arrepentimiento de tus pecados y resuélvete a cambiar de vida!”
Don Pérez se puso de rodillas, rezó el rosario y se sintió impulsado a confesarse. Lo que hizo con gran contrición. El Santo le ordenó rezar todos los días el rosario. Prometió él hacerlo y se inscribió en la Cofradía. Su rostro, que había asustado a todos, parecía tan radiante como el de un ángel cuando salió de la iglesia. Perseveró en la devoción del rosario, llevó una vida ordenada y murió dichosamente.
(Fuente: El secreto admirable del Santísimo Rosario de San Luis María Grignion de Montfort)